"Plaza Italia pa'rriba", "Plaza Italia pa'bajo". Son frases con las que crecí.
Santiago es una ciudad dividida y, lamentablemente, marca la pauta para el resto del país en esto también.
Las sospechas son mutuas. Como el maestro de la ley que cuestionó a Jesús en Lucas 10.25 consideramos que existe un grupo de gente que son dignos de amor de nuestra parte y otros que no.
Amar es darse a sí mismo por el otro, y la base del amor es el reconocimiento del otro como persona tan válida como yo. Por eso Cristo hace que el intérprete de la ley recuerde que al prójimo se ama como nos amamos a nosotros mismos. Este es el parámetro de Dios: reconocer al otro como persona válida en sí mismo y por sí mismo, así como yo me reconozco y me veo a mí mismo como una persona legítima, válida (vv. 26-28).
Aquí es donde radica el problema de muchos santiaguinos y chilenos en general: ¿a quienes reconocer como personas tan válidas como yo? Es el mismo problema del intérprete. "Todos los hombres son iguales" hablamos con certeza y tono solemne, pero nuestras silenciosas actitudes diarias responden "pero unos son más iguales que otros".
El que no tiene un apellido vasco, francés, inglés o alemán ya despierta sospecha en algunos santiaguinos de "Plaza Italia pa'rriba": ¿será este fulano una persona tan válida como yo? Si a eso le sumamos rasgos más indígenas como pelo oscuro tieso, nariz gorda, ojos castaño oscuro levemente rasgados, la pregunta se levanta nuevamente en actitudes silenciosas incluso para nuestro fuero íntimo, no en formulaciones verbales: ¿tiene esta persona la misma legitimidad que yo tengo como persona? Si las ch no las pronuncia "tch", sino "sh", si su vestimenta es así o asá, si no tiene un título profesional, si su título es de una universidad "x" o "y", etc. etc.
Así vamos levantando cercas bajas que nos distancian de considerar al "tú" alguien tan válido como el "yo" y el principio de amar al prójimo como me amo a mí se diluye, pierde fuerza hasta tornarse un muro enorme, digno de las odas de Roger Waters. El amor, de esta manera, sólo existe hacia los que se encajan en mis parámetros y ¿hacia los que son distintos? como máximo: paternalismo, caridad. Les hablo con un tono de voz infantil como si, por no tener el apellido, los rasgos físicos, la forma de hablar o por el hecho no tener un título profesional de mi universidad, supieran menos de la vida que yo y fueran personas menos válidas que yo.
Pero en "Plaza Italia pa'bajo" también discriminamos y ponemos condiciones para considerar al otro válido. Y es que si vemos que tienes posibilidad de pagar tranquilamente y sin mayores deudas el colegio, la ropa, el auto, las salidas a comer y las vacaciones que a nosotros nos gustaría y si más encima hablas de esa forma tan peculiar del sector oriente ("hablai como cuico" decimos), tus ojos, tu pelo y tu tez son claras, entonces eres de esa raza, de esa clase, de los opresores que sólo se han enriquecido a costa de explotar a nuestros papás, tíos y abuelos. Asumimos inmediatamente, y sin conversaciones para conocer tus puntos de vista, que te sientes mejor que nosotros, que no sabes lo que es sufrir en la vida, que se te ha dado todo y por eso no entiendes de verdad la frustración de hacer un esfuerzo que nadie lo celebra ni recompensa, no sabes lo que es "aperrar" y "jugársela" por la vida. Por todo eso, en realidad nosotros somos mejores que tú: por eso paseamos por las estaciones de metro y por las calles con el celular tocando un reggaetón "a to'o shansho", sin audífonos. Y es que odiamos tu música, tus valores, tus conversaciones, tus instituciones representantivas, tus barrios. Sólo nos interesa tu dinero.
¿Y si no te odiamos? Entonces admiramos tus privilegios y tus logros y queremos ser como tú, así que buscamos tu amistad, nos gusta juntarnos contigo, aunque el resto de nuestra familia y los amigos del barrio nos llamen arribistas, nos endeudamos irracionalmente para llevar el estilo de vida parecido al que tú llevas y salir luego de aquí abajo, para irnos a vivir un poco más "p'arriba". Eres un objeto para nosotros, no una persona válida como tal. Te usamos, te valoramos sólo en la medida en la que nos das valor a nosotros mismos.
¡Qué actual lo que Jesús tiene que decirle a la ciudad de Santiago! ¿Qué historia nos estaría contando Jesús hoy, sentado en alguna placita de La Pincoya, mientras los niños a su al rededor levantan polvo jugando con una pelota?
"Eran como las 7 de la mañana de un invierno cualquiera y un albañil que iba a la pega, cayó en manos de flaites adictos a la pasta base que lo asaltaron y lo dejaron medio muerto a unos pasos del paradero de la micro sólo para quitarle 3 lucas. Pasó la vecina que es nana en Las Condes y el sobrino de ella que tenía que juntarse a estudiar con unos amigos de la U (es el primero de su familia en entrar a la U), pero iban demasiado apurados porque la 208 pasa llena y ahí venía. Así que vieron al albañil, pero no le ayudaron."
"La micro partió, era una mañana de invierno, y el albañil quedó solo sin saber si el frío que sentía se debía al desangramiento o a la temperatura ambiente. En eso, el Mercedes Benz de un empresario que pasaba por ahí para ir hacia una reunión en una de las plantas de su industria en el sector nor-poniente de la ciudad, se detuvo. El empresario bajó corriendo del auto, pensó que iba a ser inútil llamar a carabineros o a una ambulancia, así que tomó al hombre bajito que se quejaba entre sus brazos y lo subió al asiento trasero del Mercedes, no pensó ni un segundo en la sangre que manchaba los asientos del auto, su terno, su camisa o su corbata (que solita valía más que todo lo que el albañil traía puesto). El empresario de pelo medio rubio ya un poco cano, lo vio y pensó en su padre, en su abuelo y lo mucho que le dolería haber visto a alguno de ellos así. De inmediato lo llevó al hospital más cercano, mientras realizó una llamada para retrasar un par de horas la reunión que había marcado con los inversionistas extranjeros: "tuve una emergencia familiar y estoy en el hospital". No quería parecer buen samaritano. La atención fue rápida, detuvieron el sangramiento y dejó de estar bajo riesgo, pero al empresario le bastó media hora en el hospital para decidir que se llevaría al hombre a la clínica donde trabaja su hermano cardiólogo y donde le habían hecho a él mismo una cirugía el año anterior. Estaba seguro que la atención allá sería mejor. Otro par de llamadas desde la BlackBerry y el albañil fue trasladado en ambulancia hacia la clínica. El empresario dejó al viejito bajito en una habitación de la clínica, buscó entre sus pertenencias algún número de contacto, habló con el hijo, le dijo que no se preocupara por nada que el viejito estaba bien, le explicó cómo llegar la clínica y le dijo que él mismo iba a estar de vuelta en la clínica lo antes posible. Encargó en la recepción que todo quedara bajo su cuenta, con cheque en blanco incluido, y se fue a casa a ducharse, cambiarse e irse a la reunión. Camino a la planta decide llamar a su gerente general, le habla con su característica "papa en la boca", pero en un tono sencillo y directo: "Ernesto, estoy llegando en 10 minutos. Estaré en la reunión y luego te voy a pedir que tú lleves a los gringos a almorzar. Tú entenderás que no puedo quedarme, tendré que almorzar en la clínica con mis familiares". A estas alturas no era tan mentira... el empresario realmente sentía al viejito albañil como si fuera un tío muy cercano y querido."
Santiago es una ciudad dividida y, lamentablemente, marca la pauta para el resto del país en esto también.
Las sospechas son mutuas. Como el maestro de la ley que cuestionó a Jesús en Lucas 10.25 consideramos que existe un grupo de gente que son dignos de amor de nuestra parte y otros que no.
Amar es darse a sí mismo por el otro, y la base del amor es el reconocimiento del otro como persona tan válida como yo. Por eso Cristo hace que el intérprete de la ley recuerde que al prójimo se ama como nos amamos a nosotros mismos. Este es el parámetro de Dios: reconocer al otro como persona válida en sí mismo y por sí mismo, así como yo me reconozco y me veo a mí mismo como una persona legítima, válida (vv. 26-28).
Aquí es donde radica el problema de muchos santiaguinos y chilenos en general: ¿a quienes reconocer como personas tan válidas como yo? Es el mismo problema del intérprete. "Todos los hombres son iguales" hablamos con certeza y tono solemne, pero nuestras silenciosas actitudes diarias responden "pero unos son más iguales que otros".
El que no tiene un apellido vasco, francés, inglés o alemán ya despierta sospecha en algunos santiaguinos de "Plaza Italia pa'rriba": ¿será este fulano una persona tan válida como yo? Si a eso le sumamos rasgos más indígenas como pelo oscuro tieso, nariz gorda, ojos castaño oscuro levemente rasgados, la pregunta se levanta nuevamente en actitudes silenciosas incluso para nuestro fuero íntimo, no en formulaciones verbales: ¿tiene esta persona la misma legitimidad que yo tengo como persona? Si las ch no las pronuncia "tch", sino "sh", si su vestimenta es así o asá, si no tiene un título profesional, si su título es de una universidad "x" o "y", etc. etc.
Así vamos levantando cercas bajas que nos distancian de considerar al "tú" alguien tan válido como el "yo" y el principio de amar al prójimo como me amo a mí se diluye, pierde fuerza hasta tornarse un muro enorme, digno de las odas de Roger Waters. El amor, de esta manera, sólo existe hacia los que se encajan en mis parámetros y ¿hacia los que son distintos? como máximo: paternalismo, caridad. Les hablo con un tono de voz infantil como si, por no tener el apellido, los rasgos físicos, la forma de hablar o por el hecho no tener un título profesional de mi universidad, supieran menos de la vida que yo y fueran personas menos válidas que yo.
Pero en "Plaza Italia pa'bajo" también discriminamos y ponemos condiciones para considerar al otro válido. Y es que si vemos que tienes posibilidad de pagar tranquilamente y sin mayores deudas el colegio, la ropa, el auto, las salidas a comer y las vacaciones que a nosotros nos gustaría y si más encima hablas de esa forma tan peculiar del sector oriente ("hablai como cuico" decimos), tus ojos, tu pelo y tu tez son claras, entonces eres de esa raza, de esa clase, de los opresores que sólo se han enriquecido a costa de explotar a nuestros papás, tíos y abuelos. Asumimos inmediatamente, y sin conversaciones para conocer tus puntos de vista, que te sientes mejor que nosotros, que no sabes lo que es sufrir en la vida, que se te ha dado todo y por eso no entiendes de verdad la frustración de hacer un esfuerzo que nadie lo celebra ni recompensa, no sabes lo que es "aperrar" y "jugársela" por la vida. Por todo eso, en realidad nosotros somos mejores que tú: por eso paseamos por las estaciones de metro y por las calles con el celular tocando un reggaetón "a to'o shansho", sin audífonos. Y es que odiamos tu música, tus valores, tus conversaciones, tus instituciones representantivas, tus barrios. Sólo nos interesa tu dinero.
¿Y si no te odiamos? Entonces admiramos tus privilegios y tus logros y queremos ser como tú, así que buscamos tu amistad, nos gusta juntarnos contigo, aunque el resto de nuestra familia y los amigos del barrio nos llamen arribistas, nos endeudamos irracionalmente para llevar el estilo de vida parecido al que tú llevas y salir luego de aquí abajo, para irnos a vivir un poco más "p'arriba". Eres un objeto para nosotros, no una persona válida como tal. Te usamos, te valoramos sólo en la medida en la que nos das valor a nosotros mismos.
¡Qué actual lo que Jesús tiene que decirle a la ciudad de Santiago! ¿Qué historia nos estaría contando Jesús hoy, sentado en alguna placita de La Pincoya, mientras los niños a su al rededor levantan polvo jugando con una pelota?
"Eran como las 7 de la mañana de un invierno cualquiera y un albañil que iba a la pega, cayó en manos de flaites adictos a la pasta base que lo asaltaron y lo dejaron medio muerto a unos pasos del paradero de la micro sólo para quitarle 3 lucas. Pasó la vecina que es nana en Las Condes y el sobrino de ella que tenía que juntarse a estudiar con unos amigos de la U (es el primero de su familia en entrar a la U), pero iban demasiado apurados porque la 208 pasa llena y ahí venía. Así que vieron al albañil, pero no le ayudaron."
"La micro partió, era una mañana de invierno, y el albañil quedó solo sin saber si el frío que sentía se debía al desangramiento o a la temperatura ambiente. En eso, el Mercedes Benz de un empresario que pasaba por ahí para ir hacia una reunión en una de las plantas de su industria en el sector nor-poniente de la ciudad, se detuvo. El empresario bajó corriendo del auto, pensó que iba a ser inútil llamar a carabineros o a una ambulancia, así que tomó al hombre bajito que se quejaba entre sus brazos y lo subió al asiento trasero del Mercedes, no pensó ni un segundo en la sangre que manchaba los asientos del auto, su terno, su camisa o su corbata (que solita valía más que todo lo que el albañil traía puesto). El empresario de pelo medio rubio ya un poco cano, lo vio y pensó en su padre, en su abuelo y lo mucho que le dolería haber visto a alguno de ellos así. De inmediato lo llevó al hospital más cercano, mientras realizó una llamada para retrasar un par de horas la reunión que había marcado con los inversionistas extranjeros: "tuve una emergencia familiar y estoy en el hospital". No quería parecer buen samaritano. La atención fue rápida, detuvieron el sangramiento y dejó de estar bajo riesgo, pero al empresario le bastó media hora en el hospital para decidir que se llevaría al hombre a la clínica donde trabaja su hermano cardiólogo y donde le habían hecho a él mismo una cirugía el año anterior. Estaba seguro que la atención allá sería mejor. Otro par de llamadas desde la BlackBerry y el albañil fue trasladado en ambulancia hacia la clínica. El empresario dejó al viejito bajito en una habitación de la clínica, buscó entre sus pertenencias algún número de contacto, habló con el hijo, le dijo que no se preocupara por nada que el viejito estaba bien, le explicó cómo llegar la clínica y le dijo que él mismo iba a estar de vuelta en la clínica lo antes posible. Encargó en la recepción que todo quedara bajo su cuenta, con cheque en blanco incluido, y se fue a casa a ducharse, cambiarse e irse a la reunión. Camino a la planta decide llamar a su gerente general, le habla con su característica "papa en la boca", pero en un tono sencillo y directo: "Ernesto, estoy llegando en 10 minutos. Estaré en la reunión y luego te voy a pedir que tú lleves a los gringos a almorzar. Tú entenderás que no puedo quedarme, tendré que almorzar en la clínica con mis familiares". A estas alturas no era tan mentira... el empresario realmente sentía al viejito albañil como si fuera un tío muy cercano y querido."
Que "Plaza Italia pa'rriba" y "Plaza Italia pa'bajo" se tornen en Santiago sólo una forma de describir diferencias geográficas y ya no más divisiones, sospechas, arribismos, resentimientos, desprecios ni paternalismos. Que el Señor sea con nosotros y nos haga instrumentos para traer esta unidad a una ciudad tan dividida y amurallada en sus prejuicios. Que el amor de Cristo, su gracia en el Evangelio muevan al Proyecto UNO, para que seamos verdaderos "artesanos de la paz" (Mt. 5.9).